Editorial
La inmensa mayoría de los mexicanos quisiéramos un México diferente. Reconocemos que la transición a la democracia no ha generado buenos resultados: educación deficiente, crecimiento económico insuficiente con alto desempleo y baja competitividad, la pobreza y desigualdad se han incrementado, y el gobierno no cumple con su responsabilidad de garantizar seguridad. Pese a los promocionales oficiales, esta imagen de deterioro y descomposición se proyecta internacionalmente con la veracidad que le corresponde.
Cambiar México es responsabilidad de nuestra generación. Resulta fundamental reconocer que la estrategia de cambio, aunque es integral por la magnitud general del deterioro, ha de ser estratégica en su instrumentación. En este contexto, identificar en la política disfuncional –inmersa en la corrupción y la impunidad– el obstáculo fundamental para que la economía sea competitiva, la sociedad logre mayor igualdad y el Estado de Derecho sea respetado en un ámbito de seguridad institucional, es definir por donde iniciar el cambio.
Con instituciones políticas desacreditadas, la renovación institucional solamente ha de provenir de la participación social y la acción ciudadana. Al margen del desencanto que ocasiona la actual contienda electoral y el espectáculo lamentable de la "democracia interna" de los partidos políticos en la selección de sus candidatos, todavía queda la sociedad como esperanza de renovación. La esperanza deja de ser ilusión cuando se fundamenta en cambios de actitud en el presente, y convierte la conciencia ciudadana en acción colectiva comprometida para construir desde la política, el cambio inaplazable que requiere México.